Recordamos lo verdaderamente importante, lo que es capaz de emocionarnos, porque activa en nosotros las regiones cerebrales y las hormonas que ayudarán a guardar ese recuerdo. Un sabio mecanismo al que podemos ayudar si escuchamos a la neurociencia.
Las ochenta mil millones de neuronas del cerebro y las múltiples conexiones que se establecen entre ellas le confieren una capacidad de memoria mucho mayor de la que ejercemos, ya que, si lo hiciésemos, podríamos tener problemas para pensar y razonar con normalidad, sin interferencias. Incluso cuando somos jóvenes y estamos sanos, es mucho más lo que olvidamos que lo que recordamos, aunque no podamos apreciarlo.
Es así porque el cerebro posee mecanismos que actúan como un freno para impedir que la memoria se cargue de información irrelevante. Estos mecanismos se basan en proteínas –enzimas fosfatasas– que dificultan la formación o el fortalecimiento de las conexiones neuronales que constituyen el soporte físico de la memoria. Pero, incluso con este freno, son muchas las cosas que recordamos. ¿Cómo es posible, entonces?
Lo que nos emociona no se olvida, y no importa que sean alegrías o disgustos.
El cerebro retiene esas situaciones porque la emoción que las acompaña activa las regiones implicadas en la formación de las memorias, como el hipocampo y la corteza cerebral. Además, la liberación de hormonas como la adrenalina contribuye a reforzar la memoria de las situaciones emocionales. Y como lo que nos emociona son las cosas importantes, las emociones sirven para que solo lo importante se registre en la memoria.
Cuando se quiere olvidar algo es necesario modificar la emoción asociada. Se logra de manera rápida y eficiente con PNL o con hipnosis.